domingo, 2 de septiembre de 2012

Son mis recuerdos y los destrozo como quiero.


Esto no es amor, ni se le parece, esto es una tragedia.  Hemos tenido demasiadas despedidas, y eso nunca es el todo bueno. Las despedidas son tristes, tienen ese aire melancólico que nunca me ha gustado. Lo malo de nuestras despedidas es que siempre se donde empiezan, pero nunca sé cómo ni cuándo acaban, y eso me mata. Me mata por dentro. Se me revuelve todo el cuerpo, se me hace un nudo en la boca del estómago y me cuesta respirar. No saber cuándo vas a volver a llenar de sal los pliegues de mi espalda me quita las ganas hasta de bailar.
Juro que he intentado olvidarte, salir de nuestro desamor imposible, he intentado borrarte a base de humo y whisky, a base de besos de otros tan faltos de calor y poesía como yo.  He cambiado tu nombre en mi lista de contactos por “elhombrequenuncaexistió”. Y no existes porque ya no vuelves, no regresas, no hay flores en mi jarrón ni amor entre mis sábanas. Han pasado ya tres años como tres tempestades desde la última vez que te vi, que me viste, que nos vimos. Cualquier otra no se acordaría de tu voz, de tu pelo, ni siquiera del color de tu ford fiesta. Pero yo nunca fui de las que dejaban que me calificaran como “otra”, yo soy más de las que llegan al supermercado y piden “una ausencia para llevar”.