Esto no es amor, ni se le parece, esto es una tragedia. Hemos tenido demasiadas despedidas, y eso
nunca es el todo bueno. Las despedidas son tristes, tienen ese aire melancólico
que nunca me ha gustado. Lo malo de nuestras despedidas es que siempre se donde
empiezan, pero nunca sé cómo ni cuándo acaban, y eso me mata. Me mata por
dentro. Se me revuelve todo el cuerpo, se me hace un nudo en la boca del estómago
y me cuesta respirar. No saber cuándo vas a volver a llenar de sal los pliegues
de mi espalda me quita las ganas hasta de bailar.
Juro que he intentado olvidarte, salir de nuestro desamor
imposible, he intentado borrarte a base de humo y whisky, a base de besos de
otros tan faltos de calor y poesía como yo.
He cambiado tu nombre en mi lista de contactos por “elhombrequenuncaexistió”.
Y no existes porque ya no vuelves, no regresas, no hay flores en mi jarrón ni
amor entre mis sábanas. Han pasado ya tres años como tres tempestades desde la
última vez que te vi, que me viste, que nos vimos. Cualquier otra no se
acordaría de tu voz, de tu pelo, ni siquiera del color de tu ford fiesta. Pero
yo nunca fui de las que dejaban que me calificaran como “otra”, yo soy más de
las que llegan al supermercado y piden “una ausencia para llevar”.