jueves, 17 de octubre de 2013

Siempre nos quedan las palabras


Como cada noche, le hice una proposición.

-Si quieres, nos quitamos la ropa, y leemos algo.

Esas eran sus palabras favoritas. Era como una niña pequeña, le encantaba que leyéramos antes de ir a dormir, juntos.
A veces la leía yo, y a veces era ella quien dejaba escapar entre sus labios las palabras.
Le encantaba pasar las páginas. Lo hacía con una delicadeza abrumadora para poder escuchar el frágil sonido que hacía el papel.
Las historias recorrían nuestros cuerpos e inundaban nuestras mentes de nuevos amaneceres, de lluvia, de puestas de sol en el mar, de carreteras y caminos a medio hacer.

Cuando terminamos de leer, se quedó con la mirada perdida en la última página de aquel libro.

Y, en ese momento, me entraron unas ganas arrebatadoras de escribir bajo aquel "fin" que no existían finales si me seguía mirando.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Tenía el invierno en la mirada


En un día de niebla como el que hacía, el humo de su cigarro se disimulaba completamente en el ambiente. Era difícil diferenciar entre la neblina que le calaba hasta los huesos y el humo que le calaba los pulmones. Por eso le encantaban los días así, siempre le había gustado pasar desapercibida y qué mejor que un día gris, oscuro e inundado por una fuerte nebulosa blanca. 

Era menuda, pequeñita, muy poca cosa. Andaba con aires melancólicos y cualquiera que la hubiera mirado detenidamente, a los ojos, se habría percatado de que tenía el invierno en la mirada, y el miedo en las mejillas. 

Cuando empezó a llover tiró su medio cigarro al suelo, le dio un pisotón y se arropó a si misma con los brazos. Era más bien un acto reflejo, porque en realidad siempre le había gustado el frío. Sentir el frío la hacía sentir viva.

Ya empapada, de repente, dejó de notar la lluvia. Un paraguas solitario (o solidario) la estaba dando techo. De la mano del paraguas iba él. 
Bastante menos empapado y bastante más sonriente que ella.

Ya resguardados de la lluvia bajo aquel paraguas negro, él comenzó a hablarla. No sabía cómo ni por qué aquella chica le intrigaba tanto. No sabía por qué sentía esa necesidad de abrazarla, cuidarla; pero la sentía. La habló de viajes, de deseos, de sueños.

-Sabes, a mí siempre me ha dado mucho miedo quedarme sin sueños- fueron las primeras palabras de ella.
-Bueno, en cierto modo, sabes que si te quedas sin sueños es porque ya los has cumplido todos.

El quería ser su sueño. Lo había sabido desde que la vio por primera vez, hace un año en el metro. Y lo lleva sabiendo los 365 días que la lleva viendo mañana tras mañana. Y, sobretodo, lo sabía ahora. Ahora que por fin se había decidido a hablarla. 

-Te invito a un café, venga va, y así seguimos hablando un rato. Que además aquí fuera hace mucho frío y tus labios están empezando a cambiar de color.

Ella accedió, estaba helada y un café la vendría bien. Pero no podía quedarse. 

-Oye mira, déjalo. No tengo tiempo. No quiero nada y me tengo que ir ya. 
-Te llevo observando todo este rato, de hecho te llevo viendo en ese metro desde hace tiempo, cada uno de tus movimientos, palabras, gestos, guiños; te he dibujado, te he escrito poemas, te he soñado y, te voy a decir una cosa, eres tonta si piensas que tú y yo podemos estar con cualquier otra persona que no sea tú y yo.

Hay veces que las cosas son inevitables. Que suceden porque tienen que suceder. 

Hay días que son el principio de toda una vida. 

Y hay personas que aparecen como superhéroes dispuestos a salvarte. 

martes, 9 de julio de 2013

Mi pequeña soñadora: sigue volando alto.


Soñaba con volar, con ver el mar, con conocer tantos sitios como días tiene el año y retratarlo todo con sus manos. Quería vestirse de colores, sonreír todos los días y pintar los domingos con alegres colores. Conoció mares, sueños, amores. Corrió por demasiadas calles, voló alguna que otra noche. Era mitad gato mitad niña. Arañaba cuándo apretaban su corazón, y sonreía cuando le acariciaban la cabeza. Había creado historias de mujeres que tocaban el piano para recordar que estaban vivas, hombres con sombreros grises que sólo deseaban robar el tiempo. Al final voló, voló más que nunca y se perdió por calles desconocidas imaginando su vida en ellas. Saltando por la acera, contando las baldosas y dejando migas de ilusión por si no encontraba el camino de regreso. En las horas de silencio del metro que coge cada mañana repasa mentalmente las veces que rió, soñó, y fue capaz de traspasar la barrera del tiempo. Esos momentos de pura felicidad, la de los cielos azules y los ojos brillantes. Aunque algunos días se haya deshecho en lágrimas como la magdalena del desayuno, la mayoría ha reído tan fuerte que ha alertado a todo el vecindario. Ha colocado anuncios en las calles que dicen lo siguiente: Si sueñas muy muy fuerte, se cumplirán todos tus sueños. Ella sabía que eso era así, y que nadie podría con ella. Aunque el fondo de su corazón estaba gris, el resto eran globos de colores que no paraban de volar por el cielo. Y lo más importante de todo, tenía un compañero de viajes. Con él había hecho dos vuelos en avión y otros mil cien en la cama. El le había transmitido su secreto de los viajes en el tiempo, secreto que había pasado de generación en generación. Habían conquistado millones de calles, las últimas en Málaga. Estaba dispuesto a colocar por las calles pegatinas con mensajes con lo siguiente : "Sonríe, princesa" "Meet me in Montauk".. Ella no creía que quedara nadie así en el mundo. Así que le prometió lo siguiente en silencio mirándole a los ojos: Me voy a quedar contigo para siempre. Vaya par de locos, soñadores que odian los relojes, viajeros infinitos sin moverse del sitio, excursionistas que vuelan en teleférico, adictos al café y a la felicidad. Adictos al sonido del mar, a las noches estrelladas, a los sofás de Ikea, a las postales y al presente. A sus besos y abrazos, los más bonitos del mundo. A conquistar el cielo desde las azoteas cuándo nada importa más que sus sueños.

miércoles, 5 de junio de 2013

En el fondo siempre he sido un poco guerrera


Hay mañanas en las que me levanto guerrera, con ganas de romper con todo. Tengo el impulso de salir a la calle desnuda y olvidarme de los complejos, comprar el pan y volver a casa. Es esa sensación de libertad que sientes cuándo en la playa corres hacia el mar, sabiendo que en unos segundos estarás completamente inmersa. Con la piel fría y los ojos bien abiertos. O hacer una acampada a plena luz del día en medio de la carretera, con un mantel rojo de cuadros a modo de vestido. Es como cuándo en verano te pones un vestido blanco y te sientes bonita, y tienes ganas de girar en espiral para enseñarle a todo el mundo el vuelo de tu vestido. O una noche de verano, con un poco de alcohol y muchas ganas de bailar. Será que llega el verano, y que tengo tantas ganas de sonreír que me nacen cosquillas en los pies. Cómo me gustaría coger un avión sin saber su destino, o dormir en un cuartucho de un albergue tapándome con una pequeña sábana. Tengo sed de aventuras, de coger una mochila y escapar, no importa si lejos o cerca. Teñirme el pelo de rojo Clementine, porque ya se sabe "las pelirrojas dominarán el mundo" y pintarme los labios a juego. Y qué me mire la gente, que importa. Deshacerme de prejuicios, recuerdos, miedos, complejos, vivir al día, y si llueve saco el paraguas y si hace sol me pongo falda. El mejor recuerdo es siempre el que está por venir, y yo tengo una fábrica de recuerdos preciosa que empieza por A y acaba por O y tiene una R en medio. Quizá se llama Amor. Así que te propongo un juego, vamos a querernos para siempre, tú reirás con mis vestidos y yo adoraré tus camisas de cuadros. Bailaremos bajo la lluvia cuándo caiga torrencialmente y nos refrescaremos bajo el sol cuándo nos atormente con su calor. Es fácil. Hay días en los que me levanto guerrera y todas las guerras que quiero lidiar terminan con tu nombre.

Un "para siempre" estaría genial


Tripulábamos barcos, desayunábamos cada día en un lugar diferente y amábamos la vida tal y como se nos presentaba. Eterna, efímera, en forma de avión y ventanillas de autobuses. Lo que más me gustaba era preparar el desayuno. Poner el café al fuego lento y colocar las tazas cada una en su sitio. Lo más bonito era conquistar casas abandonadas, imaginar vidas que nunca ocurrieron en ellas, o quizá sí y nadie lo sabe. Lo ideal era encontranos gatos por las aceras tomando el sol. Eramos dos desconocidos que se conocen demasiado bien. Había una chispa entre nosotros que aún hoy nos sigue. Nos ilumina. Hace que nuestros cuerpos no quieran separarse nunca. Un "para siempre" estaría genial. Eso eran nuestros días de viaje. Nuestra mirada perdiéndose desde la ventanilla del autobús. Mi cabeza recostada en tu hombro. Dejar que las horas pasen para llegar a nuestro destino. Eramos felices saltando de un día a otro con una única preocupación: Vivir como si la vida nos fuera en ello. Y nunca mejor dicho. Amándonos como locos en cualquier lugar porque el lugar es lo de menos. Sentir que estamos en una montaña rusa, en una noria en lo alto del Tibidabo, mientras despega el avión, cogidos de la mano. Esa sensación que te agarra el pecho y te provoca una sonrisa enorme. Esas mariposas que viven en nuestras manos desde un verano fugaz. No necesito nada más. Nada más que la eternidad de tu mirada.

martes, 28 de mayo de 2013

Y la felicidad os terminó encontrando.


No importa lo lejos que quieras escapar, te acabará encontrando. Aunque dudes de los días azules, aunque creas que los recuerdos la echarán abajo. Aunque seas más de valorar los momentos cuando ya pasaron, aunque llores cuando nadie te ve. Llegará, te arrebatará todo lo que piensas y no serás capaz de hacer otra cosa que sonreír. Aunque hayas pasado cien días grises, y hayas visto pasar las horas muertas en aquel andén. Sé que fuiste capaz de sonreír dos días en un año y creíste que nunca más pasaría, también que lees novelas que terminan siempre mal. Crees que todo es efímero porque te lo arrebataron todo. Esta vez no será así. Habéis trazado un plan perfecto con su nombre y el veinticuatro parece un número mágico. He visto en tus ojos que sabes parar el tiempo y que pretendes conquistar el universo. Os he visto caminar los domingos sin rumbo, como quien escapa de algo y no sabe a dónde ir. Como si quisierais escapar de este mundo para crear uno vuestro, irreal, y perfecto. En el que las meriendas son deliciosas y los relojes se derriten para dar paso a otro tiempo que no existe... más que en vuestras manos. Llegará, derribará todos tus recuerdos para dar paso a otros nuevos. Volverás a creer en los finales felices, o simplemente en que no existen. Sabrás que cada momento es especial, os perderéis en la última fila del cine llenando la película con vuestros besos. Sea cual sea, terminará siendo de amor. Porque ya habéis paseado bajo un cielo de estrellas azules, viajado por Tokio, tomado chocolate caliente, viajado en el espacio-tiempo... porque habéis sido capaces de sonreír sin que importara nada más.
Y eso tiene nombre, tú sabes cual es.

martes, 21 de mayo de 2013

Hasta el final. Te lo prometo.


Una vez te prometí que viviríamos como si el mañana nos importase algo y que reiríamos como si el ayer nunca hubiese existido. Por que, ¿no es lo absurdo del ayer lo que te impide ser hoy? ¿No es la incertidumbre del mañana lo que no te deja ser ahora? Viviremos cada minuto, disfrutaremos cada segundo. No habrá noche que no sea vivida como la última ni día que no sea vivido como el primero. Nos fumaremos las horas entre cigarrillos de historias eternas, meteremos nuestros días en canciones. Reiremos cuando podamos y lloraremos cuando lo necesitemos. ¿Aún estas conmigo?

martes, 14 de mayo de 2013

Que le den a eso de madurar



Te dicen que madures. Te lo dicen a todas horas y por todos los medios posibles. Te lo dicen en la tele. Te lo dicen los libros: tan polvorientos, tan sabios. Te lo dicen en tu casa delante de un amargo plato de lentejas estofadas que parece que no se termina nunca. Te lo dicen en la escuela. Luego te lo vuelven a decir en la universidad, fundamentado, esta vez, en algún sistema filosófico de valores y creencias que goza de gran veneración por parte de innumerables sabios en sus áreas de conocimiento y que también viene a decir: madura de una puta vez, chaval. 

Te dicen que la vida no es como en las películas. Que todo tiene un principio y un final. Te dicen que uno debe aprender a resignarse, a vivir con lo que tiene, a no desear precisamente aquello que está comenzando a acariciar con la punta de los dedos. Te dicen que hay que aprovechar la oportunidad sólo porque alguien -muy maduro- te la está ofreciendo y no debes hacerle enfadar. 

Te dicen que el tiempo corre, que se escapa el tren, que se te pasa el arroz. Te dicen que, hombre, ya está bien, que cada cosa tiene su edad. Te invitan así a entender la vida como una serie de compartimentos independientes y estancos: aquí el trabajo, aquí la familia, aquí una controlada dosis de frenesí en forma de cócteles con aceitunita y luces de colores. 

Te encierran en una cárcel de tiempo, en un ritual interminable de relaciones sociales, en un apartamento-exposición de cincuenta metros cuadrados de Ikea, mesa Borgsjö por allí, dosel Fabbler por allá, siempre atento, siempre responsable. ¿Feliz? Bueno, a veces. A fin de cuentas, ¿quién puede asegurar que es feliz del todo? Y siempre con esa sensación, esa sospecha punzante de que tu verdadera vida pasa ante tus ojos mientras tú te dedicas a sonreír cordialmente al público.

Y digo yo, ¿para qué vivimos? ¿De verdad alguien piensa que podemos hacernos merecedores de esta frágil y diminuta porción de tiempo que nos ha sido dada si no la utilizamos para disfrutar la vida de cabo a rabo, para romper con todo lo establecido y poner el mundo del revés? 

Madurar: que le follen.

Yo lo que quiero es salir a bailar.

domingo, 28 de abril de 2013

Paris is for lovers.


-Yo soy un claro “muerte al amor”
-¿Por qué?
-Porque una vez quise tanto que el amor acabó matándome a mí.

sábado, 6 de abril de 2013

Corazones que son como un avión en llamas



-Te he echado de menos, Elena- le susurra él como un gemido.
-Que equivocado estás, amor- dice ella- no puedes echar de menos algo que nunca has tenido.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Apurando hasta el último latido.



El olor a café lo inunda todo de paz, o por lo menos me inunda a mí. Hay olores, y sabores, que te traen recuerdos, cierta melancolía, algo de nostalgia, pero a la vez, te inundan de un “no sé como describirlo” también llamado felicidad. Porque, a pesar de todo, los recuerdos no siempre duelen. Se habla mucho del dolor del pasado, pero no de la satisfacción de una vida ya construida que hoy te hace ser quien eres. Muchas veces, miras atrás, y sonríes. Será un pasado peor o mejor, pero es tu pasado, son las personas, momentos, experiencias y sensaciones que han bañado cada uno de tus huesos y eso no es triste, es bonito. Hay que olvidar la autodestrucción y reconstruirse. Poco a poco, encajando las piezas.

Lo importante, es saber apurar hasta el último latido y disfrutar del sabor agridulce de un pasado, presente y futuro que llevas en la maleta allá donde vayas. 

viernes, 22 de marzo de 2013

femme fatale



-Mira cariño- dice Marlene mientras exhala el humo de su cigarrillo- lo importante no es si él me quiere, si no si yo le quiero a él.
 Marlene tira al suelo la colilla y la aplasta con el tacón, como acostumbra a hacer con los corazones desprevenidos. Marlene se da media vuelta, y mientras se aleja sonríe y dice por encima del hombro:
-Eso no te lo esperabas, ¿verdad?

jueves, 14 de marzo de 2013

Stay strong

No te imaginas cuánto daría por salvarte, por sacarte de esa oscuridad en la que estás metido y llevarte hacia mi luz.

Ánimo Álvaro, estamos contigo. 

viernes, 8 de marzo de 2013

El amor también es un juego



-¿Qué quieres?- preguntó él.
-Jugar- contestó ella.
-¿A qué?
-Al amor- dijo mientras sonreía – Y quiero jugar contigo.

jueves, 21 de febrero de 2013

Que bonita es la palabra "nosotros"


Me desperté en un lugar desconocido. Al fondo de la cama estaba él, despierto, mirándome. Fuera lucía el sol aunque hacía un frío invernal. Restos de nieve cubrían parte de la carretera, decían que era imposible conducir. A nosotros eso no nos importaba. Ni eso, ni el frío. Después desayunamos con música suave de fondo. Desde la ventana veíamos el frío inundándolo todo. Lo tomamos todo sin prisa, como si ese mundo pudiera terminarse si acelerábamos. Apenas sin hablar, no hacía falta. Después nos perdimos en aquella cama. Matamos todo el frío, que resucitó pasado un tiempo. Nos fuimos de allí con la sonrisa puesta. Al día siguiente amanecimos de la misma manera, pero no estabas en la cama. Te encontré entre las tazas de desayuno y los pasteles que habías bajado a comprar. Sonreíste. Te había pillado. Volví a acurrucarme en la cama esperando a que aparecieras con la bandeja. Volví a acurrucarme esperando que la cama se convirtiera en tus brazos. Y después de tomar el café volví a perderme en ti. No importó el frío, ni el temporal, ni la previsión meteorológica. Si no circulaban los trenes, los autobuses, si la gente resbalaba en la nieve y no había manera de pasear. En aquel momento sólo importaba que a un beso le siguiera otro, y procurar no despegar nuestros cuerpos. Apuramos hasta el último segundo. Merendamos en ese salón donde sólo hay una chimenea y un cuadro, con vistas a la montaña. Se apagaron las luces del día, se encendieron las de la carretera y regresamos.

jueves, 7 de febrero de 2013

Hoy toca reflexionar


Creo que estamos creando una sociedad de insensibles. Nos bombardean con tanta información negativa que llega un momento en el que ni nos inmutamos.
Yo pienso que si pusiéramos a una persona, por decirlo de alguna forma, "pura" de sentimientos, sin un condicionamiento social previo, delante de la televisión, se echaría a llorar, y con razón.
En cambio, nosotros, nos sentamos en el sillón y vemos de forma automática como ante nuestros ojos pasan una serie de terribles noticias sin apenas movernos en el sofá en señal de incomodez, ni parpadeamos porque nos pican los ojos que están a punto de echarse a llorar.
Nos anuncian muertes de todo tipo, injusticias sociales, violaciones en la india, secuestros de niños, el hambre tercermundista, el hambre en este primer mundo nuestro que creemos tan superior y que ahora se tambalea por unas cifras que marcan la crisis económica, y sobretodo social, de toda una era. Y, sin embargo, permanecemos callados e inmutables ante toda esta atrocidad. Nuestra sensibilidad, que viene de serie en el ser humano, parece irse a otro lado para dejar a nuestro conformismo delante de las noticias.
Esta entrada no pretende hacer sentir mal a nadie, ni triste, ni regañar. Pero hoy estaba en el metro, y ante los gritos de una chica que padecía deficiencia y que se había caído, y que entonces clamaba ayuda, nadie se paró a ayudarla, nadie. Y es que vemos tantas cosas malas al día que nos acabamos haciendo inmunes a ellas. Y eso, por una parte, es normal. Si no, ¿cómo sobrevivir al día a día? No podemos pasarnos día y noche llorando. Pero al menos, podemos intentar aumentar nuestro grado de sensibilidad lo suficiente como para ayudar a quien grita, o llorar a quien mañana ya no vive. Y con suerte, nuestra ayuda,  servirá para que cada vez salgan menos noticias horribles en los medios de comunicación.

domingo, 3 de febrero de 2013

escribir sobre la magia de escribir




Coge lápiz y papel. O tu flamante y ligerísimo ordenador portátil. Los dos primeros tienen el encanto de lo antiguo, lo humano y lo que deja borrones. El segundo, bueno, tiene la incuestionable ventaja de que te permite escuchar música al mismo tiempo. Y la música es importante.

En realidad, la música lo es todo. Pero no vale cualquier música: tiene que ser la tuya. Y es que es bastante frecuente que, cuando uno decide ponerse a escribir, trate de sonar épico y grandilocuente como en las novelas de ballenas. O puede que tan íntimo y personal como la última luminaria pibón del Babelia. O quizás tan alegremente desesperanzado como el pijillo que fantaseaba con niños y campos de centeno. 

Craso error: esas músicas pueden ser maravillosas, pero están tocadas con la cuerda de otros. Así que, durante un segundo -o una vida- suelta el bolígrafo y detente a averiguar dónde se esconde tu cuerda. 

La verdad: es difícil encontrarla.

Pero cuando la encuentres, habrás realizado una gran parte de la tarea. Y es que lo que a partir de ese momento aparezca sobre el papel podrá estar mejor o peor, hacer reír o llorar, ser merecedor del Nobel, un besito o una sangrienta azotaina. 

Pero serás tú mismo.

Y eso es todo lo que necesitas para escribir.

Lo más probable es que sientas auténtica vergüenza al descubrir quién eres en realidad. Da igual: que le follen a la vergüenza. Tú pasa de todo y ponte a escribir sobre lo primero que te ronde la cabeza. Escribe sobre las injusticias del mundo, sobre cómo debería ser el mundo, sobre la impresionante épica de tu charcutero de confianza cuando corta los solomillos de ternera. Escribe sobre lo que conoces, sobre lo que tienes ahí al lado y nadie más podrá ver a no ser que tú se lo cuentes. O escribe sobre lo que ya ha visto todo el mundo -la vida, el otoño, una polla corriéndose a chorros- pero todavía nadie a través de tus ojos. 

Porque al final todo se reduce a algo muy sencillo: dar a otros lo que hasta ahora había sido únicamente tuyo.

Y nunca, nunca dejes de escribir. Escribe todos los días: contra viento y marea, en el ordenador, en el papel, en tu piel, aunque te quede mal, aunque te quede maravillosamente bien, como si no tuvieras más opciones, como si se tratase de una jodida y alucinante misión que te hubieran encomendado los mismísimos dioses. 

Intenta escribir como si te fueses a morir.

Porque es que te vas a morir.

viernes, 25 de enero de 2013

el tiempo cicatriza hasta las heridas del alma



Si te caes al suelo, procura levantarte rápido, y aunque las rodillas te duelan al caminar, sigue dando pasos. Aunque por las noches los latidos se descontrolen, y jueguen a dejarte sin respiración. Aunque te cruces por la calle con la desilusión y te sonría. Ármate de fuerza y échales sal a las heridas. Que sangren, que duelan, el tiempo cicatriza hasta las heridas del alma. Por suerte, tengo una ilusión por cada cardenal, un día feliz por cada noche perdida, una sonrisa por cada lágrima.
Ayúdame a buscar el por qué de las mariquitas, enciérralas conmigo en nuestros sueños. Corre conmigo a hacer fotos al mejor del atardeceres, y escribe con la mejor tinta, todos los sueños que aspiran hacerse realidad en una postal.

Y como dije hace tiempo, sólo me caigo para levantarme con más fuerza. Y sí, de sueños también se vive. Aunque sea la solución más fácil.
Aspiro a ver el mar todos los días, tener la casa amarilla más bonita del mundo, y despertarme desayunando chocolate caliente. Correr por los pasillos y bajar la escalera dando saltitos. Encontrar el secreto de la vida deshojando margaritas, y el secreto de los sueños adivinándonos las pupilas.

lunes, 21 de enero de 2013

que no se te olviden las ganas de vivir



Cualquier intento por sacar lo que llevaba dentro era imposible. Como cuando Alicia se hacía pequeñita, y veía el mundo tan grande que la ahogaba. Había olvidado cómo escribir, ya no sabía perderse en los misterios de los edificios antiguos, quería escapar. Aquella ciudad gris la ahogaba. El humo de los coches hacía desaparecer los colores bonitos de los corazones. Las letras de los apuntes se emborronaban entre ese humo.
Un día escribió sobre las diferentes capas de pintura de una pared. Al final, no queda ni un sólo resto de lo que hubo por primera vez. Y en la superficie, un cartel anuncia el próximo concierto. Conocía todos los portales de aquella ciudad maldita, las aceras, el color del atardecer y las noches naranjas; que tanto odiaba. A veces se respiraba paz, a veces era imposible respirar. Sin guantes, pero sin las manos frías. Había hablado tanto de su corazón que ahora se había quedado sin palabras, quizá estaban entre ese humo. El humo del invierno.
Suspiraba por tener una azotea desde donde mirar todo lo que ocurría, y acababa por hacerla en su mente. Desde esa azotea vislumbraba todas las historias que había creado, con o sin final. Un joven disfrazado de mimo lleno de pecas. Una señora tocando el piano con sus manos huesudas. Melodías desafinadas, el acto final. Se rompió entre las vías de un tren y se desplomó queriendo volver a empezar.
Los trenes idealizados, los bocadillos de domingo, sal en el mar y en los ojos. Lienzos pintados de rojo pasión o de rojo sangre, la de un corazón que apenas renace. Personajes reales e inventados. Quién sabe a dónde van los deseos, o lo difícil que es renunciar a un sueño. Había imaginado futuros, futuros diferentes. La lluvia se lo había llevado todo, maldita ciudad lluviosa.
Removiendo el café se había encontrado con diferentes miradas en el fondo de la taza: luminosas, oscuras, inmensas. La ilusión del primer día y la amargura de la última noche. Cuando no sabía que le iba a deparar la vida cerraba los ojos y ahí estaba. Desaparecían todos los personajes, todas las historias, se callaba el corazón, se quedaba tranquilo. Emergía un faro, azul. De repente, se tranquilizaba por dentro. El mar en calma, los susurros de la marea. Los ojos cerrados, y la vida como un libro que se cierra y vuelve a abrir. En la primera página aparecía una niña con una sonrisa inocente. Había eliminado todos los fantasmas. Todo el dolor. Ya sólo quedaban cicatrices apenas visibles, heridas olvidadas, recuerdos escondidos.
Y unas terribles ganas de vivir.

sábado, 19 de enero de 2013

siempre me gustó imaginar historias


Me gusta abrir un libro por la mitad, leer un párrafo, e intentar adivinar qué iba antes y qué vendrá después. Que les pasó y que les pasará a los amantes de mi libro, o cómo ha llegado el malo a tener preso al bueno y qué va a hacer con él.
Igual que cuando te conocí. Jugué a imaginar cómo era tu vida justo antes de aquel instante. Tus errores y aciertos, tus días perdidos y ganados, tus amores y desamores. También pensé en el después. En qué sería de ti justo después de conocernos.

Y, ¿sabes qué?

Te mire fijamente y sólo pude imaginarte conmigo.

jueves, 10 de enero de 2013

amar es no poder olvidar


Soy de las que piensan que si de verdad has querido a alguien no puedes olvidarle, por mucho que lo niegues, por mucho que te lo jures, por mucho que digas nunca más. Lo superas, pero no lo olvidas. Aunque quieras alejarte lo más posible, no se puede olvidar. Quieras o no, algo o alguien, te va a volver a llevar al pasado, y en ese pasado se encuentra esa persona. Puedes intentar cambiar de vida, de ciudad, de país, que si de verdad has querido, no puedes olvidar. Y eso poco a poco te mata, te reconcome por dentro. Porque no va a dejar de importarte, por mucho daño que te haya hecho, seguro que en cuanto le recuerdes, por algún extraño motivo te va a a salir una estúpida sonrisa en la cara. Las heridas se cierran, pero las cicatrices, no se borran. Tal vez no hayas podido vivir con el, pero tampoco sabrás como sobrevivir sin él. Eso es amar. Amar es perder algo y no dejar de añorarlo aunque no este en tu vida, aunque ya no forme parte de ti. 

sábado, 5 de enero de 2013

diagnósticos de soledad


 
“Sobredosis de realidad”, dictaminó el médico examinando sus ojos abiertos como platos, el temblor de sus manos, y su cara llena de lágrimas. No tenía voz, se la había llevado el último sueño que se escapó, corriendo, sin hacer ruido. En su cabeza se amontonaban recuerdos. Aquellos días en los que no hablaba, solo observaba esperando una mirada, algo, que le hiciera sonreír. Esperando, siempre esperando. O cuando rompieron su ilusión a ostias contra la pared. Llenándolo todo de polvo y sueños rotos. Las veces que empeñó el corazón a cambio de una sonrisa y caminó hasta el fin del mundo en su busca. Ya no sabía cuántas veces le había dado la vuelta al corazón dispuesta a soñar de nuevo... cuantas veces se había cosido las ilusiones a la piel. Y como cuesta arrancarlas; sangra la vida cuando lo haces. Las noches de frío sin nadie que te abrazara, las tardes paseando sola, leyendo en cualquier banco perdido. Las tardes de café con la mirada perdida, y las palabras escondiditas bajo la piel.

viernes, 4 de enero de 2013

el hombre de los paraguas


 
En la tienda de paraguas hay un hombre que la visita todas las semanas. El temporal arrasó todos sus paraguas y los colecciona en la habitación de invitados. Hay amasijos de hierros de todos los colores y formas. Siempre compra el más caro, pero siempre le pasa lo mismo, el viento puede con sus varillas y le da la vuelta haciéndole ir hacia el cielo. Ante la mirada atenta y divertida del resto de transeúntes.
Mientras él lucha contra el viento y se empapa por dentro, todos ríen para sus adentros. Nadie sabe de su maldición, los colecciona como recuerdo de lo que ya se fue, lo que se llevó el viento. Los compara con las palabras, los momentos que no significan ya nada, lo que ya no importa y en su día fue motivo de existencia. También con los corazones frágiles, los que vuelan con el más mínimo soplido y se rompen cuándo ya no hay sueños. En la tienda lo conocen ya, le saludan amablemente y le dan a escoger, la dueña sonríe y comenta para sus adentros: Este hombre siempre va en contra del viento. Y no se equivoca. Había escogido luchar contra viento y marea en la vida. Había escrito cada sueño en la tela de cada paraguas y todos habían sido arrasados, no se puede luchar contra la tormenta. Había empeñado el corazón, los sueños, los ojos, las manos y casi toda su alma para conseguir un sueño. Escribió en cada pared "Tengo ganas de ti " y nadie fue capaz de leerlo, todos pasaban de largo y miraban hacia el suelo. En su colección de sueños oxidados estaba el más importante de todos, el más grande. El paraguas que llevó cuando se despidió de ella por última vez y cayó el diluvio universal desde el cielo y desde sus ojos. El viento también se llevó ese paraguas. Y él se quedó mojándose, empapándose de lo poco que le quedaba, la lluvia.
Quizá había nacido destinado a sentirla a flor de piel. Quizá no había paraguas que le protegiera de ese cielo y de las tormentas que arrasan todo. Pero él no cesaría en su empeño, aunque tuviera que comprarse todos los paraguas del mundo. Lucharía hasta el último día por los sueños que cobijaban esas varillas de hierro. Escribiría: “quiero ir a la luna, quiero ir a por ti”;  hasta que algún día, por fin, dejara de llover.