jueves, 21 de febrero de 2013

Que bonita es la palabra "nosotros"


Me desperté en un lugar desconocido. Al fondo de la cama estaba él, despierto, mirándome. Fuera lucía el sol aunque hacía un frío invernal. Restos de nieve cubrían parte de la carretera, decían que era imposible conducir. A nosotros eso no nos importaba. Ni eso, ni el frío. Después desayunamos con música suave de fondo. Desde la ventana veíamos el frío inundándolo todo. Lo tomamos todo sin prisa, como si ese mundo pudiera terminarse si acelerábamos. Apenas sin hablar, no hacía falta. Después nos perdimos en aquella cama. Matamos todo el frío, que resucitó pasado un tiempo. Nos fuimos de allí con la sonrisa puesta. Al día siguiente amanecimos de la misma manera, pero no estabas en la cama. Te encontré entre las tazas de desayuno y los pasteles que habías bajado a comprar. Sonreíste. Te había pillado. Volví a acurrucarme en la cama esperando a que aparecieras con la bandeja. Volví a acurrucarme esperando que la cama se convirtiera en tus brazos. Y después de tomar el café volví a perderme en ti. No importó el frío, ni el temporal, ni la previsión meteorológica. Si no circulaban los trenes, los autobuses, si la gente resbalaba en la nieve y no había manera de pasear. En aquel momento sólo importaba que a un beso le siguiera otro, y procurar no despegar nuestros cuerpos. Apuramos hasta el último segundo. Merendamos en ese salón donde sólo hay una chimenea y un cuadro, con vistas a la montaña. Se apagaron las luces del día, se encendieron las de la carretera y regresamos.