lunes, 28 de mayo de 2012

De Sabina y sus canciones de amor.


Vamos, olvídate de todo y sácame a bailar. Bailemos mientras nos mira la luna y cantemos alguna de Sabina. Que todo sea como en aquel pueblo con mar una noche después de un concierto, que nos comamos a besos y nos instalemos a vivir en un presente eterno. No quiero volver al lugar de las sábanas frías y las alcobas vacías, quiero que mi corazón vuelva a la calma, ver el sol esconderse, esconderme contigo al bajar las persianas.
Ven aquí, y cántame una canción al oído, que estoy loca por conocer los secretos de tu dormitorio, que acaricies mi piel y que desnudos al amanecer nos encuentre la luna. Somos jóvenes poetas insomnes, derramando tristeza en cada verso, sangrando melancolía en cada palabra. Nada nos impide huir, fugarnos a ver el mar y dedicar nuestra vida a contar atardeceres, a ser navegantes de sueños, a querernos bien. Todos serían días de vino y mar. Sin tiempo, sólo con ganas. Y nos darían las diez y las once, las doce y la una, las dos y las tres; y no importaría, porque juntos somos infinitos.

Y es que, confieso que yo no quiero domingos por la tarde, no quiero columpio en el jardín, lo que yo quiero, corazón cobarde, es que mueras por mí. Y morirme contigo si te matas, y matarme contigo si te mueres. No quiero París con aguacero, ni quiero Venecia sin ti.



*Las frases en cursiva son partes de canciones de Sabina.

martes, 15 de mayo de 2012

de relojes y mecanismos complicados


Van dejando de funcionar los relojes que me rodean. Primero fue aquel fatídico día mi reloj digital de pulsera. Simbolizaba el fin de algo que nunca más volvería a funcionar. Un adiós, estás fuera de mi vida, hasta mi reloj te está expulsando. Ahí empezó mi filosofía de vivir fuera de cualquier minuto. Llevé ese reloj hasta que salió expulsado volando de una montaña rusa. Y fue el segundo adiós. Tú tampoco perteneces a mi vida, mi tiempo te echa de ella, ya no habrá más segundos compartidos. Me negué a comprar otro, no quería atarme a ningún segundo. Pero en mi cumpleaños me regalaron otro artefacto del tiempo, esta vez uno de agujas con los números muy pequeños. Es de mala educación rechazar un regalo así que me lo puse. Una mañana, antes de un viaje se paró. Escogió como lugar para morir el cuarto de baño después de la ducha. A este parón aún no le encontré explicación. No era ni un momento significativo, ni un adiós. Quizá me estaba diciendo que te tenía que decir adiós a tí tambien. O que tú ya te habías despedido de tus sueños a mi lado. Me negué a ponerle pila, y sigue en mi muñeca buscandole explicación al parón. Será que unos duendes chiquititos juegan dentro de mis relojes, accionándolos y parándolos cuándo quieren decirme algo. Casualmente cada vez que uno se para mi vida da un giro de 180º. Y hoy, estudiando entre montañas de hojas y un viejo rock & roll sonando en la radio y mis pies moviéndose levemente.. dirijo la mirada hacia el reloj de pared de mi salón. Cual fue mi sorpresa al comprobar que también se había parado. De nuevo sin explicación aparente. Pero sigo creyendo en las señales, y para mi esto son señales. Si por cada "adiós" un reloj se queda sin pila y deja de funcionar, ¿que pasará con el corazón? por cada adiós muere y renace. Y el mío estoy segura de que está cansado de morir y desangrarse en las esquinas. Cansado de perderse en el fondo del vaso sin que nadie lo encuentre. Dónde venderán las pilas para que vuelva a funcionar, quién le dará cuerda..

Regálame un par de pilas y un par de besos. Llenalo de sueños por cumplir, rescátalo de las esquinas y no lo dejes caer por las aceras. Corre el peligro de ser pisoteado, y uno así nadie lo quiere. Haz que vuelva a funcionar de nuevo, que los latidos sean como el tic-tac de los relojes. Escúchalos algún día en tu pecho. Y por favor, no dejes que se sigan parando a mi alrededor.. siempre son un mal presagio.
                

lo que me habría gustado, mi pequeño deseo


Ella siempre se reunía con él en aquella vieja cafetería. Las paredes estaban llenas de fotografías antiguas, y a ella le gustaba imaginarse en todas ellas. Sonriendo al lado de la gente que salía, observando el paisaje. El adoraba cómo ella se quedaba mirando ensimismada los cuadros. Y soñaba que ellos dos iban a todos esos sitios. Sueños y café. Todas las tardes. El oficio de él era dibujar ilusiones, y llenarlas de color. Utilizaba para ello lienzos, papel de dibujo de un determinado grosor y todo tipo de pinturas. Podía pasarse horas imaginando para luego reflejarlo en el papel. Y ella adoraba verle dibujar. Podía mirarle toda una tarde, y aún querer más. Mendigaba un beso cada cierto tiempo, que él accedía a darle haciéndose el remolón. Había dibujos de ella en todos sus blocs, esbozos en los que apenas se distinguía una silueta, pero igualmente preciosos. Mientras él dibujaba, ella se perdía entre palabras. Escribía a veces con la mente, a veces con un bolígrafo todo lo que vivía a su lado. Le gustaba escribir a lapiz entre las hojas de su bloc un "te quiero" que él leería sonriente. Una vez que llegaba la noche, preparaban la cena entre risas. Ella era muy torpe, no había día en el que no se le cayera un plato al suelo. Y odiaba el ruído que hacía al caer. Cenaban con vino cada noche, siempre había algo que celebrar. Después venían las horas de sofá y una película. Se acurrucaban lejos del mundo, creando una burbuja solamente de ellos. En ella, los besos eran el mejor manjar y sobre todo regados de un buen vino. O malo, que más da. A ella le gustaba acurrucarse como una niña chiquita en su pecho. Y lanzarse a sus labios cada vez que podía. Pesada y besucona, así la apodaba él. El era más arisco, disfrutaba de su soledad y se le hacía raro tenerla siempre en brazos. Temía aconstumbrarse a sus besos, y echarlos de menos cada día, cada noche. Ella era más alocada y quería darle todos los que pudiera, por si algún día fuera imposible. A medianoche, se perdían uno en el cuerpo del otro. No había una hora programada, pero los dos se lanzaban a devorar al otro a la vez. Hasta en eso tenían conexión. La más especial, la mejor. A ella le gustaba la luz tenue, y a él admirarla de arriba a abajo. La miraba con esas miradas que desgastan, y que mueven hasta el corazón del sitio. Las noches, eternas, preciosas. Como aquella en la que él la llenó de vino y se la tomó a sorbos como si de una copa se tratara. No querían saber de adioses, sólo de momentos juntos.

Ella sabía que tenía que casarse con él, que le amaba como nunca había hecho. El en algún momento también sintió eso. Ella quiere casarse con él todos los días y despertar en una cabaña de madera con el sol dando en la terraza. Ella quiere vivir ahí y saludar al mar todas las mañanas después de darle un beso a él. Ella sueña más de la cuenta. El se asusta. Ella está aconstumbrada a luchar hasta el final aunque pierda el corazón por las esquinas, él es más consciente de la realidad y espera. Ella estaría dispuesta a ir a verle mañana si fuera posible y él quisiera. Ella le escribe cartas todas las noches y le extraña todas las mañanas. Y está segura de que es EL porque mientras se deshacía en lágrimas él le sacó una carcajada. Y eso nunca lo había conseguido nadie. Ella seguirá esperandole, pase lo que pase. Está segura de su corazón.

El no sé donde está, ni que siente..

Recuerdos y sueños. Lo que pasó aderezado con lo que me gustaría que pasara..

el té de las doce


Está claro que conquistaremos el mundo juntos, yo con mis ojos color otoño y tú con tus ojos color coca-cola. Buscaremos un reducto, dónde no pueda llegar nadie para poder escondernos. Viviremos lejos, rodeados de girasoles, en la casa más bonita del mundo. Tú reirás cuándo comience el otoño, yo te besaré cuándo termine el verano. Reiremos hasta medianoche y tomaremos un té cuando den las 12. Me despertarás con un beso, y yo te despertaré con mis quejidos, que poco a poco se apagarán para dar paso a una gran sonrisa. Adornaremos nuestra casa con colores alegres, tendremos una estanteria que llegue hasta el techo y un rinconcito para mí para leer, como en Cagliari. Cada jueves subiremos a la azotea a ver llegar la noche, con una manta y algo para beber en las manos. Las antenas de los edificios radiarán nuestra felicidad, que saldrá hasta en televisión. Y en las calles sólo se respirara amor del puro. Los gatos maullarán "Te quieros" en idioma gatuno mirando a la luna. Da igual dónde sea, como sea, siempre recordaremos nuestras escapadas interminables, los besos en la última fila del cine. Los abrazos para que nunca me sueltes, las caricias en la nuca.
- Corre ven, el té se enfría, comámonos a besos mientras llega la medianoche. Ven, que te cuento un pedacito de mi vida, justo cuándo apareciste y lo volviste todo patas arriba. Anda... bésame, que no se que haría yo sin tí.
               

domingo, 13 de mayo de 2012

mi idioma


Nosotros éramos lluvia, éramos mar, infinitos, como el tiempo. Yo me hundía en tu mirada inabarcable cuando la aurora traía certezas para espantar soledades. Tú tenías el corazón en un puño y las flores en un ramo. Flores para mí. Y poemas, me escribías poemas y todo ardía a nuestro paso, nos devoraba, nos sumía en el más intenso vacío. Y entonces tú me abrazabas, como si no hubiera un mañana, como si nunca hubiera existido un ayer. Me abrazabas y yo ya no me sentía tan sola, tan triste, tan devorada por las llamas. No te hacía falta decir “Estoy loco por ti”, yo lo sabía.
Tú eras Berlín por las mañanas, frío a veces pero lleno de rincones encantadores. Eras el de la mirada perdida, el que sonreía tímidamente cada vez que me veía, el que creía que había perdido el amor pero lo llevaba dentro. El que cambiaba los finales.

Yo era París atardeciendo, cálida y repleta de amor, amor que quería regalarte, como se lo regalan los amantes frente a la Tour Eiffel. Yo era un fuego silencioso, la chica de los labios rotos y los agujeros en las medias. Era un beso bajo la lluvia y una canción de amor desdichado.

Y de repente, la nada, que era todo, que era tu mano recorriéndome la espalda. Nosotros bailando lejos de la vida. Un beso en blanco y negro en medio de cualquier calle. Nosotros en blanco y negro en una habitación de París. Nosotros en la vida, nosotros queriéndonos.

Después te fuiste, apagaste la luz, y dejaste un vacío inmenso. Nunca volviste a aparecer. Nadie supo más de ti.

Dime por qué te olvidaste de hablar mi idioma.