viernes, 17 de febrero de 2012

¿Cuál es tu salto mortal?


Cuando éramos superhéroes y sobrevolábamos los tejados salvando el mundo. Cuando éramos los mejores. ¿Te acuerdas? Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ya nadie trae café y tostadas con mermelada a mi cama, ni me sube a las estrellas por la noche. Ya no hay playa, ni mar, ni cielo que nos desgarre y nos haga gritar todo aquello que somos, y seremos. No existen las promesas a medio hacer ni los sueños compartidos, y nadie se mete conmigo en la bañera a parar el tiempo. La televisión se ha vuelto en blanco y negro, y nadie canta “all you need is love” entre estas cuatro paredes. Ya nadie me acompaña al Ikea y se inventa una vida conmigo, una vida en la que tú y yo somos uno, en una casa con girasoles y con vistas al mar, una casa donde compartir una vida, donde escribir y querer, quiero decir, querernos.
Yo si me acuerdo, me acuerdo de cuando salíamos a defender la noche con nuestras capas, o de cuando tú te convertías en mi superhéroe. Recuerdo la vez que me empeñé en que podía volar, y tú me paraste justo antes de saltar por la ventana, y para que no me enfadara me compraste un viaje en globo para sentir la libertad sin tirarme desde ningún sitio. Aquellos tiempos en los que apostábamos por las cosas difíciles y los objetivos lejanos. Cuando mi porción de mundo estaba incompleta cuando tú no estabas en ella. Los momentos en los que nos preguntábamos cuál sería nuestro siguiente salto mortal.

¿Y ahora? ¿Ahora qué? Dime, ahora que no estoy yo, ¿cuál es tu salto mortal?

sábado, 4 de febrero de 2012

DUELE



Clava sus huesos en el zurzido de las sábanas, amolda su cuerpo en el colchón, se abraza las piernas y se encoge, se hace pequeña, y me mira con ojos de pena.
-Duele- me dice.

Y yo me tumbo junto a ella, me amoldo a su postura y comparto su dolor, intento atenuarlo cogiéndole un poco y quedándomelo yo, pero el dolor es demasiado y se sale de nuestras costillas. Amenaza con herirnos eternamente, y nosotros nos miramos con miedo. Miedo a las alturas, miedo a querernos mal, miedo a estar perdidos. Levanta la vista y me mira. Yo respiro por ella, me encajo entre sus músculo y comparto su dolor para que le hiera menos. Pero ni por esas se cierra la herida y al final los dos acabamos llorosos, doloridos, con la necesidad de una tirita permanente. Nuestros cuerpos se inundan de huracán, de ruina y de espinas. Ella se aferra fuerte a mí y yo me dejo hacer. Dos almas heridas en una habitación demasiado pequeña para dejar volar los miedos.