viernes, 25 de enero de 2013

el tiempo cicatriza hasta las heridas del alma



Si te caes al suelo, procura levantarte rápido, y aunque las rodillas te duelan al caminar, sigue dando pasos. Aunque por las noches los latidos se descontrolen, y jueguen a dejarte sin respiración. Aunque te cruces por la calle con la desilusión y te sonría. Ármate de fuerza y échales sal a las heridas. Que sangren, que duelan, el tiempo cicatriza hasta las heridas del alma. Por suerte, tengo una ilusión por cada cardenal, un día feliz por cada noche perdida, una sonrisa por cada lágrima.
Ayúdame a buscar el por qué de las mariquitas, enciérralas conmigo en nuestros sueños. Corre conmigo a hacer fotos al mejor del atardeceres, y escribe con la mejor tinta, todos los sueños que aspiran hacerse realidad en una postal.

Y como dije hace tiempo, sólo me caigo para levantarme con más fuerza. Y sí, de sueños también se vive. Aunque sea la solución más fácil.
Aspiro a ver el mar todos los días, tener la casa amarilla más bonita del mundo, y despertarme desayunando chocolate caliente. Correr por los pasillos y bajar la escalera dando saltitos. Encontrar el secreto de la vida deshojando margaritas, y el secreto de los sueños adivinándonos las pupilas.

lunes, 21 de enero de 2013

que no se te olviden las ganas de vivir



Cualquier intento por sacar lo que llevaba dentro era imposible. Como cuando Alicia se hacía pequeñita, y veía el mundo tan grande que la ahogaba. Había olvidado cómo escribir, ya no sabía perderse en los misterios de los edificios antiguos, quería escapar. Aquella ciudad gris la ahogaba. El humo de los coches hacía desaparecer los colores bonitos de los corazones. Las letras de los apuntes se emborronaban entre ese humo.
Un día escribió sobre las diferentes capas de pintura de una pared. Al final, no queda ni un sólo resto de lo que hubo por primera vez. Y en la superficie, un cartel anuncia el próximo concierto. Conocía todos los portales de aquella ciudad maldita, las aceras, el color del atardecer y las noches naranjas; que tanto odiaba. A veces se respiraba paz, a veces era imposible respirar. Sin guantes, pero sin las manos frías. Había hablado tanto de su corazón que ahora se había quedado sin palabras, quizá estaban entre ese humo. El humo del invierno.
Suspiraba por tener una azotea desde donde mirar todo lo que ocurría, y acababa por hacerla en su mente. Desde esa azotea vislumbraba todas las historias que había creado, con o sin final. Un joven disfrazado de mimo lleno de pecas. Una señora tocando el piano con sus manos huesudas. Melodías desafinadas, el acto final. Se rompió entre las vías de un tren y se desplomó queriendo volver a empezar.
Los trenes idealizados, los bocadillos de domingo, sal en el mar y en los ojos. Lienzos pintados de rojo pasión o de rojo sangre, la de un corazón que apenas renace. Personajes reales e inventados. Quién sabe a dónde van los deseos, o lo difícil que es renunciar a un sueño. Había imaginado futuros, futuros diferentes. La lluvia se lo había llevado todo, maldita ciudad lluviosa.
Removiendo el café se había encontrado con diferentes miradas en el fondo de la taza: luminosas, oscuras, inmensas. La ilusión del primer día y la amargura de la última noche. Cuando no sabía que le iba a deparar la vida cerraba los ojos y ahí estaba. Desaparecían todos los personajes, todas las historias, se callaba el corazón, se quedaba tranquilo. Emergía un faro, azul. De repente, se tranquilizaba por dentro. El mar en calma, los susurros de la marea. Los ojos cerrados, y la vida como un libro que se cierra y vuelve a abrir. En la primera página aparecía una niña con una sonrisa inocente. Había eliminado todos los fantasmas. Todo el dolor. Ya sólo quedaban cicatrices apenas visibles, heridas olvidadas, recuerdos escondidos.
Y unas terribles ganas de vivir.

sábado, 19 de enero de 2013

siempre me gustó imaginar historias


Me gusta abrir un libro por la mitad, leer un párrafo, e intentar adivinar qué iba antes y qué vendrá después. Que les pasó y que les pasará a los amantes de mi libro, o cómo ha llegado el malo a tener preso al bueno y qué va a hacer con él.
Igual que cuando te conocí. Jugué a imaginar cómo era tu vida justo antes de aquel instante. Tus errores y aciertos, tus días perdidos y ganados, tus amores y desamores. También pensé en el después. En qué sería de ti justo después de conocernos.

Y, ¿sabes qué?

Te mire fijamente y sólo pude imaginarte conmigo.

jueves, 10 de enero de 2013

amar es no poder olvidar


Soy de las que piensan que si de verdad has querido a alguien no puedes olvidarle, por mucho que lo niegues, por mucho que te lo jures, por mucho que digas nunca más. Lo superas, pero no lo olvidas. Aunque quieras alejarte lo más posible, no se puede olvidar. Quieras o no, algo o alguien, te va a volver a llevar al pasado, y en ese pasado se encuentra esa persona. Puedes intentar cambiar de vida, de ciudad, de país, que si de verdad has querido, no puedes olvidar. Y eso poco a poco te mata, te reconcome por dentro. Porque no va a dejar de importarte, por mucho daño que te haya hecho, seguro que en cuanto le recuerdes, por algún extraño motivo te va a a salir una estúpida sonrisa en la cara. Las heridas se cierran, pero las cicatrices, no se borran. Tal vez no hayas podido vivir con el, pero tampoco sabrás como sobrevivir sin él. Eso es amar. Amar es perder algo y no dejar de añorarlo aunque no este en tu vida, aunque ya no forme parte de ti. 

sábado, 5 de enero de 2013

diagnósticos de soledad


 
“Sobredosis de realidad”, dictaminó el médico examinando sus ojos abiertos como platos, el temblor de sus manos, y su cara llena de lágrimas. No tenía voz, se la había llevado el último sueño que se escapó, corriendo, sin hacer ruido. En su cabeza se amontonaban recuerdos. Aquellos días en los que no hablaba, solo observaba esperando una mirada, algo, que le hiciera sonreír. Esperando, siempre esperando. O cuando rompieron su ilusión a ostias contra la pared. Llenándolo todo de polvo y sueños rotos. Las veces que empeñó el corazón a cambio de una sonrisa y caminó hasta el fin del mundo en su busca. Ya no sabía cuántas veces le había dado la vuelta al corazón dispuesta a soñar de nuevo... cuantas veces se había cosido las ilusiones a la piel. Y como cuesta arrancarlas; sangra la vida cuando lo haces. Las noches de frío sin nadie que te abrazara, las tardes paseando sola, leyendo en cualquier banco perdido. Las tardes de café con la mirada perdida, y las palabras escondiditas bajo la piel.

viernes, 4 de enero de 2013

el hombre de los paraguas


 
En la tienda de paraguas hay un hombre que la visita todas las semanas. El temporal arrasó todos sus paraguas y los colecciona en la habitación de invitados. Hay amasijos de hierros de todos los colores y formas. Siempre compra el más caro, pero siempre le pasa lo mismo, el viento puede con sus varillas y le da la vuelta haciéndole ir hacia el cielo. Ante la mirada atenta y divertida del resto de transeúntes.
Mientras él lucha contra el viento y se empapa por dentro, todos ríen para sus adentros. Nadie sabe de su maldición, los colecciona como recuerdo de lo que ya se fue, lo que se llevó el viento. Los compara con las palabras, los momentos que no significan ya nada, lo que ya no importa y en su día fue motivo de existencia. También con los corazones frágiles, los que vuelan con el más mínimo soplido y se rompen cuándo ya no hay sueños. En la tienda lo conocen ya, le saludan amablemente y le dan a escoger, la dueña sonríe y comenta para sus adentros: Este hombre siempre va en contra del viento. Y no se equivoca. Había escogido luchar contra viento y marea en la vida. Había escrito cada sueño en la tela de cada paraguas y todos habían sido arrasados, no se puede luchar contra la tormenta. Había empeñado el corazón, los sueños, los ojos, las manos y casi toda su alma para conseguir un sueño. Escribió en cada pared "Tengo ganas de ti " y nadie fue capaz de leerlo, todos pasaban de largo y miraban hacia el suelo. En su colección de sueños oxidados estaba el más importante de todos, el más grande. El paraguas que llevó cuando se despidió de ella por última vez y cayó el diluvio universal desde el cielo y desde sus ojos. El viento también se llevó ese paraguas. Y él se quedó mojándose, empapándose de lo poco que le quedaba, la lluvia.
Quizá había nacido destinado a sentirla a flor de piel. Quizá no había paraguas que le protegiera de ese cielo y de las tormentas que arrasan todo. Pero él no cesaría en su empeño, aunque tuviera que comprarse todos los paraguas del mundo. Lucharía hasta el último día por los sueños que cobijaban esas varillas de hierro. Escribiría: “quiero ir a la luna, quiero ir a por ti”;  hasta que algún día, por fin, dejara de llover.