“Sobredosis de
realidad”,
dictaminó el médico examinando sus ojos abiertos como platos, el temblor de sus
manos, y su cara llena de lágrimas. No tenía voz, se la había llevado el último
sueño que se escapó, corriendo, sin hacer ruido. En su cabeza se amontonaban
recuerdos. Aquellos días en los que no hablaba, solo observaba esperando una
mirada, algo, que le hiciera sonreír. Esperando, siempre esperando. O cuando
rompieron su ilusión a ostias contra la pared. Llenándolo todo de polvo y
sueños rotos. Las veces que empeñó el corazón a cambio de una sonrisa y caminó
hasta el fin del mundo en su busca. Ya no sabía cuántas veces le había dado la
vuelta al corazón dispuesta a soñar de nuevo... cuantas veces se había cosido
las ilusiones a la piel. Y como cuesta arrancarlas; sangra la vida cuando lo
haces. Las noches de frío sin nadie que te abrazara, las tardes paseando sola,
leyendo en cualquier banco perdido. Las tardes de café con la mirada perdida, y
las palabras escondiditas bajo la piel.