lunes, 29 de octubre de 2012

when the sun goes up


Adoro esos segundos justo cuando me acabo de despertar en los que no recuerdo ni mi nombre, justo antes de acordarme de ti.

martes, 16 de octubre de 2012

Víctor y su princesa

 
Víctor se sabía de memoria cada lunar de su delicada espalda. Se los había aprendido en las noches de música a la guitarra bajo el cielo estrellado de Biarritz. Se los había aprendido recorriendo cada milímetro de su piel con la yema de los dedos, con cuidado, con miedo por si aquella muñeca de porcelana se rompía en pedacitos.
Pero su princesa no era la misma desde hace un tiempo; los secretos se habían infiltrado en su sistema circulatorio y las penas se habían quedado a vivir en su miocardio. Su princesa se había convertido en un juguete inerte, frío: ya no sentía nada. Ni miedo, ni amor, ni tristeza, ni ganas. Un fantasma en este mundo de paseantes vivientes.
Una vez tropezó con un bache y aún estaba esperando a levantarse. Pero la verdad, se la habían jugado tantas veces que ya ni la importaba, no la dolía. Se había acostumbrado a ser la muñeca de todos aquellos hombres que la deseaban (y sólo eso); se hizo a eso de los orgasmos sin amor de madrugada y se dejó llevar por las dos primeras palabras bonitas que le dijera cualquiera.
Luego conoció a Víctor, que era diferente, que no era como nadie.
Pero tras un tiempo de alegrías las penas volvieron a instalarse en su pecho y ahora, Víctor, no sabía que hacer con su pequeña muñeca de porcelana, no sabía nada de su pasado y no sabía que era eso que atormentaba todas sus noches.
Entonces se dio cuenta de que lo que ella necesitaba era un poquito de amor (del de verdad), como si fuera eso un chute de adrenalina para ella, o la respiración asistida cuando te fallan las fuerzas.

Lo que ella necesitaba, como lo necesitamos todas, eran mimos en la cama y caricias por las mañanas.

domingo, 7 de octubre de 2012

old love


El otro día en el metro vi a dos abuelos enamorados. Enamorados no de “llevamos una vida juntos”, sino enamorados de “nos estamos conociendo y me tienes enamorado”. Parecían dos adolescentes, allí, en el metro, delante de todo el mundo, sin pudor ni normas, tonteando como tortolitos.

-Me ha encantado pasar esta maravillosa noche contigo-dijo él.

-Hacía mucho que nadie me hacía reír así- contestó ella.
Me sentí mal por estar escuchando una conversación tan privada, tan suya, tan especial. Pero me pareció todo tan bonito que no pude evitarlo, como tampoco pude evitar armar mil historias en mi mente sobre cómo se conocieron o a dónde habían ido hoy. 

-Prométeme que nos veremos otro día- le dijo ella con una sonrisa tímida.

-No te lo prometo, lo juro.
Los dos sonrieron y se miraron, como si ya con eso se lo hubieran dicho todo. Palabras las justas, miradas a borbotones.

Cuando ella legó a su parada, se levantó y le dio dos besos.

-Adiós, hasta la próxima- le dijo antes de salir por la puerta.

-Espero que eso sea pronto- respondió él, sin ni siquiera estar seguro de si le había oído.

Estaba enfrente del hombre, le miré, primero sus ojos se pusieron algo tristes, supongo que por la despedida y por querer que la noche se alargase hasta el infinito. Luego miré su boca, una sonrisa. Sonreía, como algo inevitable, como una reacción biológica de su cuerpo ante un estímulo externo. Sonreía como un tonto enamorado, como un adolescente hormonado, como los guapos de las pelis.

Debían tener 70 años, y ni antes ni después, justo a esa edad, se habían encontrado el uno al otro.

Nunca sabes cuándo va a llegar tu media naranja.
¿Y si el amor de mi vida llega a los 70? Bueno, entonces intentaré sonreír y disfrutar como parecía que hacían ellos

addiction



Cuesta creer cuantas adicciones hay. Sería muy fácil si sólo hubieras drogas, alcohol y tabaco. Lo más difícil de superar una adicción es querer superarla. Algunas veces, demasiadas veces, lo que empieza como algo normal en tu vida se convierte en una obsesión y de repente dejas de controlarlo.