martes, 6 de diciembre de 2011

¿me suicido o me hago un café?


Una mañana más me levanto, como una autómata, sin pensar, simplemente es la rutina de los días. Miro por la ventana y el olor a café de la vecina se cuela por cada esquina de mi habitación. Ella está leyendo el periódico que anuncia las lluvias de aquí y de allá, las de sus ojos y las de los míos, al fin y al cabo no somos tan distintas. Las dos esperamos a que alguien llegue un día y nos abrace por detrás. A este mundo le faltan abrazos. Y sueños. Su marido nunca la abraza, ella se pone cada día sus vestidos favoritos pensando "esté es el día", pero nunca es el día. Sigue tomándose su amargo café, leyendo un periódico que anuncia desgracias, con su vestido rojo puesto y la nevera vacía, mientras piensa en que hará hoy de comer-lentejas o estofado-.  Las dos estamos solas, con un vestido nuevo y un libro entre las manos. Creyendo que la literatura nos traerá aquello que no tenemos.  Las dos danzamos por la casa esperando que alguien llegue y nos de nuestro abrazo, que llegue un príncipe que nos diga "hoy es el primer día del resto de nuestras vidas" y que nos invite a soñar despiertas. Y la casa dejará de estar tan sola, tan triste, seguimos leyendo, sonriendo. Pero cuando abrimos los ojos y entre tanto baile me percato de mi cama a medio hacer, o a medio deshacer, quien sabe, testigo de insomnios y batallas de madrugada; de los platos aún sin fregar todos apilados en la cocina, esperando (como yo, como la vecina) unas manos que los acaricien y les quiten lo sucio, lo malo; una nevera que, como si fuera una metáfora del corazón, está vacía. Y entre tanto desbarajuste a mi me entran ganas de café. El día sigue nublado. El cartero está metiendo en cada buzón una factura, un sobre de publicidad, y una carta de amor inexistente. Los taxis están esperando algo. Los autobuses nunca esperan a nadie. Hace tiempo que no sacamos las copas del vino- dijiste. Hay poco que celebrar ahora que no nos vemos cada noche. La manta del sofá siempre está arrugada en el sofá y la televisión muda, ese es el salón del que vive en soledad. Del que no tiene invitados, como yo.