Allí estaba ella. Sentada, sola y perdida. Quería huir del
tiempo, de la vida. Irse a otros lugares, ver otras lluvias y abrazar otros
momentos. Estaba cansada de la rutina, de volver siempre a casa a esconderse
bajo las mantas y sobrevivir a cualquier guerra. Necesitaba alguien que la
salvara, alguien que la invitara a café y magdalenas. Y es que para ser su
héroe no se necesitaba capa, solo salvarla del mundo y de sus garras, y saber
hacer bizcochos de naranja. Lo único que ella quería era alguien que la
acompañara en su huída, en la carretera, dejando atrás un barrio atascado, un
lago estancado, una vida rota, sus diecinueve años, el peso del recuerdo
mientras pasaban las luces. Y si el destino la encontraba solo tenía que echar
a correr, huir de su vértigo a la vida, ser algo más que el tiempo y esperar a
que tú la llevaras a París.