miércoles, 3 de agosto de 2011

Perdido

Peter se había entregado a una vida de mujeres alegres, dinero fácil y drogas duras. Sé había acostumbrado a fumar cigarros a escondidas y se había aficionado a adivinar el color de tus bragas de algodón, a abrir las costuras de tu herida y colarse entre tus sueños. Peter había cogido la costumbre de herirte los recuerdos que prendiste en tu piel con alfileres y entrar en el fondo de ellos apenas sin oxígeno, allí, donde habita el olvido.
Pero, sobretodo, Peter había cogido la costumbre de echarte de menos, a cada instante, a cada centésima de segundo. Por eso ahoga sus penas en el fondo de una copa, de un bar cualquiera de Madrid.
El alcohol baja por su cuerpo siguiendo la corriente del río que forman sus huesos, pero el licor se encuentra con un bache, los restos de un corazón desequilibrado y reconstruido a trozos, aunque esté incompleto porque la mayoría te los llevaste tú. Los cogiste prestados sin permiso y te los apropiaste para siempre y Peter, bueno Peter aún espera que algún día vuelvas, con las piezas de su corazón o sin ellas, eso es lo de menos, sólo te quiere a ti.
Pobre Peter, está atrapado en una película muda, perdido entre tonos grises, sin sonido, sin color, nada. Solo la voz baja del silencio y la decadencia. Está perdido entre las sombras y las tinieblas que se han acomodado en su casa, malditos inquilinos que un día entraron sin invitación alguna y ahora atormentan cada una de sus noches, y de sus días.
Peter es como una frase que alguien anónimo ha escrito.
Peter te quiere, te quiere en alemán, en francés, en italiano, donde sea, cuando sea y como sea.